Había una vez un Rey que creía que lo que le habían enseñado y lo que él pensaba era lo correcto. Era un hombre justo en muchos aspectos, pero era un hombre limitado para ver más allá de sus ideas.
Un día reunió a sus tres hijas y les dijo:
- “Todo cuanto poseo es vuestro, o lo será. A través de mi obtuvisteis la vida y es mi voluntad la que determina vuestro futuro y por tanto vuestro destino”.
Obedientemente y muy convencidas de esa verdad, sus dos hijas mayores acataron el decreto de su padre.
La tercera hija, no obstante dijo:
- “A pesar de que mi posición me obliga a ser obediente a las leyes, no puedo creer que el destino de mi vida dependa siempre de tu voluntad”
El Rey no pudiendo dar crédito a lo que estaba escuchando, de labios de su propia hija le dijo, muy enojado:
- “Eso lo veremos jovencita”
El Rey ordenó que se la encerrara en una pequeña celda, donde languideció durante años. Mientras tanto, el Rey y sus dos hijas obedientes dilapidaron libremente las riquezas que de otro modo hubieran sido gastadas por ella.
Los habitantes del país, enterados de la situación de su princesa se decían unos a otros:
- “Debe de haber hecho o dicho algo realmente grave, para que un monarca tan sabio y justo, al que no encontramos falta, trate así a su propia sangre”
Claro que ellos no sabían la necesidad que tenía el Rey de sentirse un hombre justo ante todos las cosas.
Aquella noche al Rey no le resultó fácil abandonarse a su reposo. Estaba intranquilo por la decisión tomada y reflexionaba sobre los hechos demostrándose una y otra vez que él tenía razón:
- “Esta joven está en prisión no por su propia voluntad sino por la mía. Esto prueba, de modo suficiente, para cualquier mente lógica que es mi voluntad y no la de ella la que determina su destino”
Hasta que finalmente abatido por el cansancio se quedo dormido
Por la mañana el Rey despertó con la idea de ir a visitar a su hija a la celda donde estaba encerrada. Quería persuadirla para que cambiase de idea, pero la joven aunque pálida y debilitada por su encierro rehusó a cambiar de actitud.
Finalmente la paciencia del Rey llego a su límite:
- Hija mía tu continuo desafío solo logrará enojarme aun más y además aparentemente debilitará mis derechos y mi autoridad. Ya el pueblo comienza a murmurar. Podría matarte y acabar de una vez con todo esto pero da gracias a que soy un hombre misericordioso….por lo tanto, he decidido que para que no me crees más problemas te destierro a un desierto que linda con mi territorio. Es un desierto poblado por bestias salvajes, excéntricos y proscritos incapaces de sobrevivir en nuestra sociedad racional.
- Allí pronto descubrirás si puedes llevar otra vida que no sea la de tu familia, y si lo logras, tú verás si la prefieres a la nuestra.
La orden del rey fue rápidamente acatada y la princesa fue conducida a la frontera del país donde fue puesta en libertad.
La princesa se encontró en un territorio salvaje que guardaba poca semejanza con el ambiente protector en el que ella se había criado. Pero pronto se dio cuenta que una cueva podía servir de casa, que los frutas provenían tanto de los árboles, como de los platos de oro y que el calor provenía del sol. Este desierto tenía un clima y una forma de existir propia.
Después de un tiempo ella se había organizado tan bien su vida que tenía agua de los manantiales, vegetales de la tierra y fuego de un árbol ardiendo sin llama.
- “He aquí un lugar cuyos elementos se integran formando una unidad pero ni individual ni colectivamente obedecen a las órdenes de mi padre.” – pensaba la joven.
Un día un viajante perdido – casualmente un hombre de gran riqueza y muy guapo – se encontró con la princesa exiliada y se enamoró de ella y la llevo a su país donde se casaron.
Después de un tiempo, ambos decidieron volver al desierto donde se habían conocido y construyeron una enorme y próspera ciudad. Allí su sabiduría, sus recursos se expresaron plenamente y los excéntricos, muchos de ellos considerados locos, armonizaron completa y provechosamente con esta vida de múltiples facetas.
La ciudad y la campiña que la rodeaban se hicieron famosas por todo el mundo. Y por decisión unánime del pueblo la princesa y su esposo fueron elegidos los monarcas de este nuevo e ideal Reino, que pronto eclipsó en poder y belleza al del padre de la princesa.
El Rey escuchó hablar de aquel extraño lugar surgido del desierto, donde él había exiliado a gente de su reino que despreciaba, y a su hija.
Muchas sensaciones de curiosidad, temor, celos y envidia se debatían en su interior.
El Rey decidió visitar aquel lugar extraño y misterioso del que tanto le habían hablado. Todo se dispuso para realizar el largo viaje que duró 7 días y sus 7 noches.
Cuando llegó aquel país, fue recibido en el salón del trono, donde la joven pareja estaba sentada. El Rey se inclinó ante sus majestades y al levantar la cabeza, pudo reconocer la mirada de su hija, que le susurro al oído estas palabras llenas de amor y entendimiento:
- “Ya ves Padre como cada hombre y cada mujer tiene su propio destino y su propia elección”.
Cada cual es el protagonista, guionista y dueño de su propio destino.... Tú, ¿qué hubieras hecho?